Como todos somos muy buenos ciudadanos, concienciados con el medio ambiente y amantes de la naturaleza; cuando nos preguntan acerca del uso del transporte público, solemos contestar que es una costumbre muy buena que todo el mundo debería tener. Esta respuesta está muy bien si la que te pregunta es una reportera de España Directo o estás escribiendo una redacción para el concurso de la Coca Cola. Pero, siendo honestos, estamos mintiendo como bellacos. Aparte de las incomodidades implícitas que conlleva, hay un elemento que no debemos olvidar nunca, nuestros queridos ancianos (ya los he llamado viejos en el título, seamos políticamente correctos a partir de ahora). Es un pack indivisible, no hay viaje que se precie en el que no haya al menos un representante de tan nutrido colectivo.
Supongo que la vida es una especie de bucle, de pequeños todos estamos deseando montarnos en el tren de la bruja, y de mayores el hobby principal es coger el autobús, o “la viajera” que dirían ellos. También hay otra teoría, que quizá resulte más convincente. En España, todo lo que sea gratis…y nuestros queridos abueletes tienen el privilegio de no tener que pagar ni “una peseta”. Así que allí los tienes, cual Willy Fogg dando La vuelta a la Provincia en 80 minutos. Sin embargo, parecen no estar contentos nunca, y lo más común es que te acaben dando el viaje. Analicemos la secuencia del viaje en detalle:
Hacer cola: Yo no se que pasa, pero en cuanto se convierten en jubilados les entran las prisas por todo. Si la cola es muy larga, ya lo empiezas a ver nervioso, y comienza con su estrategia para colarse. Empieza abriéndose por los flancos, como Fernando Alonso cuando mete el morro de su Ferrari para adelantar. Esto es la primera alerta, porque el ataque final se produce cuando van directos a la ventanilla, con alguna excusa para hablar con la que vende los billetes. “Oye, niña, el autobús para Valdepeñas ¿a qué hora sale?”. Aquí ya te han ganado la batalla, porque una vez que han cogido la posición no la sueltan y acaban comprándolo antes que tú. Bajo ningún concepto se te ocurra reprocharles nada, o empezarán a maldecir a la juventud en su totalidad.
Tomar asiento: Bueno, con la explicación anterior ya de sobra sabréis que también serán de los primeros en subirse al autobús. No sólo eso, sino que provocarán un atasco en el pasillo del mismo que ni la M-30 en hora punta. Empezarán a quitarse todos sus complementos con una parsimonia asombrosa, y cuando ya parezca que van a sentarse cambiarán de opinión y elegirán otro asiento distinto.
El trayecto: Cuando van en grupo, da lo mismo que se sienten delante, detrás, juntos o separados. Ellos mantendrán sus conversaciones a voces igualmente. Esto no es del todo malo, siempre y cuando quieras ponerte al día de todos los entierros, bodas y separaciones de la comarca, con sus correspondientes valoraciones por parte de cada uno (al más puro estilo tertuliano de Sálvame). También puedes tener el premio estrella, y tenerlo justo a tu lado durante todo el trayecto. Si tu intención era echar una cabezadita, descártalo por completo, hay varios factores que lo harán imposible. Primero, suelen tener la costumbre de ir al supermercado del pueblo de al lado; así que no descartes un par de bolsas del “Maradona”, en las que siempre hay algo que desprende un aroma poco recomendable para un sitio cerrado. Segundo, si tienen algún nieto de una edad cercana a la tuya te empezarán a contar obras y milagros sobre ellos, acabando por sacar una foto de la cartera y diciéndote que haríais buena pareja. Tercero, como reciban una llamada al móvil ya te puedes poner unos buenos tapones, porque ellos no hablan por teléfono, vocean por teléfono. Cuarto, como en el viaje haya cualquier tipo de incidencia, no tardarán mucho en iniciar su sermón de lo bien que iba todo antiguamente y lo felices que eran; para terminar con las palabras mágicas “Con Franco no pasaban estas cosas…”.
La llegada: Como ya he dicho antes, los abuelos tiene prisa, es algo innato. Así que, en cuanto vean un cartel en la carretera que ponga “Valdepeñas 7km” empezarán a ponerse nerviosos, se pondrán el abrigo, la boina, la bufanda, el Iniston…a la vez que te repiten “bueeeeno, pues ya hemos llegado, otro viaje más, mañana Dios dirá”. Para bajarse repetirán la misma técnica que al subir, garrota en mano bloquearán el acceso en el pasillo para poder ser los primeros en bajarse.
Supongo que estas situaciones no le son ajenas a la gran mayoría de la gente, con mayor o menor frecuencia todos los hemos “sufrido” alguna vez. Sin embargo, no podemos quejarnos demasiado, que dirán esos albañiles, que los tienen la jornada laboral entera enfrente de la obra "comentando" las mejores jugadas.
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