Jaquecas de África

Ayer se culminó la segunda jornada del mundial, y me parece que sólamente hay una cosa en la que todo el mundo está en acuerdo-en desacuerdo más bien- las vuvuzelas. Si al soporífero juego de la mayor parte de combinados nacionales, le añadimos el sonido cansino de esas simpáticas trompetas, tenemos que aguantar 90 minutos delante del televisor se convierte en todo un suplicio. Sin embargo, para los aficionados que van al estadio parece ser el mayor de los atractivos ya que se cuentan por millares los "vuvuzeleros". En contra de lo que se podría pensar, la mayoría de ellos son aficionados extranjeros, así que no podemos culpar a los autóctonos de todo (quizá de haberlas enseñado al mundo).

Estoy convencido de que en la convulsa concentración francesa tienen una por jugador, y se encargan de tocarlas cada vez que su seleccionador, Raymond Domenech, intenta darles la charla técnica. Probablemente expulsaron a Anelka de la misma por no tener lo suficientemente afinada su vuvuzela. Pero no acaban aquí las responsabilidades de estos instrumentos, entre el balón y ellas se reparten las culpas de todos los infortunios de los jugadores. Seguramente también tendrán la culpa de que J.J. Santos confundiera el himno de España con el de Honduras, o de que Torres no se enterase ni del trueno ayer. Eso sí, una cosa tengo clara, si hay alguien que se esté tragando todos los partidos del mundial, es muy posible que acabe padeciendo jaquecas. Resulta asombroso comprobar como ese zumbido no cesa ni un sólo minuto, y tiene mérito la cosa porque el mecanismo es bastante simple: soplar y soplar. Con esos pulmones no se a que esperan para apuntarse al Tour de Francia, seguro que se suben el Tourmalet con la gorra.